miércoles, 10 de diciembre de 2008

UNA TERAPIA PELIGROSA

Lo de la nariz aplastada y las erosiones en la mejilla no es fruto de ningún altercado callejero, porque de hecho soy de natural pacifista. Es que olvidé el nombre de aquel actor tan famoso, y por más que destilaba los jugos químicos de mi cerebro, todos los títulos terminaron formando un magma pegajoso que me impedía pensar en otra cosa.
“No abro los ojos hasta que no recuerde cómo se llamaba”, me impuse como aliciente o penitencia, como brain training imaginario con que roturar las movedizas arenas de la memoria. No es la primera vez que me pasa. Ya antes vino un atropello ciclista, el encontronazo con un vigilante jurado, la voluntaria de una ONG que me creyó invidente… Y ya no me acuerdo que más.

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