sábado, 27 de diciembre de 2008

SEGUNDO MANDAMIENTO


La única vez que se cruzaron, fue mi padre el que bajó la mirada y nos hizo cambiar de acera, como si de frente nos viniera a quemar el mismísimo Kagutsuchi. Algo así de misterioso les pasaba a los otros hombres de Mukarato, nuestro distrito, pero ni los chicos del reparto de las tiendas, que lo avizoraban todo, pudieron dar razón cierta de él. Que justo cuando estaba a punto de inmolarse en su avión el emperador lanzó su discurso… Sí supimos lo de su esposa, lo de que el hombre se había practicado el sepukku en su casa mientras ella cuidaba de su hermana enferma, y de que a la policía le fue imposible averiguar el nombre de su marido por boca de ella. Nunca se había atrevido a preguntárselo.

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