viernes, 24 de octubre de 2008

CARTA A LOS PADRES

Con calculado gesto de negociante fingió contrariedad. Pero los implorantes gritos del chaval fueron en realidad la excusa perfecta con que devolver la pluma a su estuche. Durante un buen rato el rector del College había estado rasgando con ella el aire, tendiendo una invisible tela de araña con que cazar un comienzo para la carta. El caballo plateado que culminaba el bastón pacía apoyado contra la mesa, mas él se empecinó en ejecutar una tortuosa coreografía de cojitranco agarrado a cada mueble, en que la pierna lacerada de gota y momificada por las vendas levitaba adelantada en un paso que no acababa de dar. Tener ocupada la mano con el sostén de la vejez le habría impedido erguirse como siempre en su corpulencia añosa, los pulgares enfundados en los bolsillos del chaleco. Así aguardó frente al único ventanal, abierto y gótico, que enmarcaba barrigudas nubes plúmbeas sobre un mar de verde. Pronto la gigantez del conserje apareció abajo empujando un carro peligrosamente escorado a cada paso por el balancear de los cachivaches. De los faldones de su levita, queriendo escalar la chepa del hombretón, venía colgando con ambas manos un muchacho. Con las rodillas araba surcos en la grava del camino. Canales de carne desgarrada bajo los pantalones, que ciertamente habrían de conducir regueros de sangre, a pesar de lo que no proferiría en todo el tiempo más quejido que el de su lastimera rogatoria:
“Eche las ranas al lago si quiere, pero déjeme conservar mi colección de mariposas.. Me ha llevado años. Y los fósiles de trilobite. Se lo suplico”.
El patriarca posó los ojos en uno de aquellos como se llamara que sobre su escritorio le servía de pisapapeles. Exhalando el suspiro profundo de la abnegación, emprendió el camino de regreso a la escritura postergada.

“Espero sepan comprender que la educación es una tarea harto dificultosa en la que a diario dejamos nuestras fuerzas. El cometido de la presente no es alarmarles; más bien dar cumplida cuenta de la promesa a la que en su día me obligué, de mantenerles debidamente informados. La vida diaria de su hijo Charles en este internado fluye dentro de los cauces de la normalidad, aunque siga reincidiendo hasta extremos exasperantes en su desaliño indumentario. No obstante lo anterior, su comportamiento es de recta observancia de las normas de urbanidad con que las gentes civilizadas nos hemos dotado. Es preciso que no les oculte mi sincera preocupación por determinados aspectos de su rendimiento como estudiante. Cada día cruza la puerta de este mi despacho acompañando al mismo profesor. Con toda la humildad de que es capaz y avergonzado declara que, le es imposible no quedarse dormido durante la clase de religión”.
Repasaba los quevedos con el pañuelo y la carta con la vista cuando se percató de que había omitido el tratamiento. Retomando la pluma escribiría en el encabezamiento:
Distinguidos Sr. y Sra. Darwin:

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ja ja ja
charles ya apuntaba maneras

muy bueno, pepe
un abrazo
j.

José Cruz Cabrerizo dijo...

Ya sabes lo que decía Monterosso en uno de los suyos: "Hoy me siento un Balzac. Acabo de terminar esta línea". Yo cada vez me siento más un Bartleby, porque no escribo nada. Este es el primer relato que publiqué, 2003, y cada vez soy menos "Balzac".

Un abrazo.