sábado, 4 de octubre de 2008

Dicen que la memoria de los peces no abarca más allá de los 2 segundos

(Esta misma reseña la puedes encontrar en "LA BIBLIOTECA IMAGINARIA" http://www.labibliotecaimaginaria.es/)

El pensamiento mudo de los peces
Lola López Mondéjar
Ed. Páginas de espuma, 2008
145 pp.
14 €
José Cruz Cabrerizo
“El éxito de jugar a ser gente normal”. Con este titular se anunciaba en El País del 15 de abril de 2008 que “Los Sims”, el videojuego en que uno diseña personajes a medida, a sus amistades, la casa que van a habitar, y perfila otros muchos aspectos de esos destinos virtuales, había llegado a la nada desdeñable cifra de cien millones de copias vendidas. Un compañero de trabajo me confiesa que hace un par de navidades compró los Sims 2 para su hijo y que desde entonces el videojuego acumula polvo en una estantería. “Igual es que le gusta que le den las cosas ya hechas; a lo mejor le interesan más los libros, que ya vienen montados como un Lego”, -le respondo, y él se encoge de hombros con una expresión desangelada.
Desconozco cuántos ejemplares llevará vendidos Lola López Mondéjar de este libro de relatos. Lo que sí puedo decir es que por sus cualidades bien merecería alcanzar una cifra importante de lectores. El primero de sus atributos, el modo chejoviano de contar: vidas pequeñas, historias pequeñas. O lo que es lo mismo: gente normal a la que pasan cosas normales, como a los Sims.
La autora ha dejado macerar los veinte relatos que componen el volumen durante la friolera de 11 años, el tiempo que tardó en publicar tres novelas. No es que haya hecho un camino inverso al resto de los escritores (lo natural, dicen, es pasar de la escritura de relatos a la de novela), sino que ambas necesidades, los dos modos de entender la narrativa han convivido con ella todos estos años.
Once velitas son muchas. Este hijo ya lo tiene crecido Lola, y dentro de no muchos años más, si la pobre criatura fuera de carne y hueso en lugar de papel, tendría que enfrentarse a los mismos retos que los protagonistas: patinar sobre el filo de la cuchilla que supone la incertidumbre en torno a la propia imagen que transmitimos a los demás; el temor al ridículo; el miedo al rechazo; el permanente sentimiento judeo-cristiano de culpa que nos asalta fruto de la educación recibida (“Acrílico sobre lienzo”, “Desconfianza”), nuestro bajo umbral de sufrimiento si lo comparamos con el que soportan quienes realmente llevan una vida dura y amenazada (“Uma y Diana”); el daño infringido e irreparable (“Tomy Amador”, y “Mar”). Los protagonistas son gentes que toman el 46 para atravesar la ciudad después de un día de trabajo agotador (“Marta”), o que fichan en una oficina, o que al jubilarse ven cómo sus ingresos minoran, mujeres emocionalmente sometidas a maridos con aires de suficiencia (“Clara”), y eso me gusta, es como si los relatos estuvieran inspirados en un vecino, supuran cercanía.
Respecto de la técnica, del armazón narrativo, la percepción que uno tiene es que muchas veces los editores buscan relatos donde el lector quede boquiabierto con piruetas y contorsiones temáticas o estilísticas a base de disparar con pólvora de rey. Pero créanme, todo eso es puro humo de paja, una lumbre a base de palillos de dientes que no deja huella alguna en el lector, quien a los pocos minutos ha olvidado el relato. Cabría pensar entonces que en este libro, la “normalidad” de los personajes lleva a un encefalograma narrativo plano, y que la autora lo va a compensar con algunos de esos postizos enumerados líneas arriba. Pero por suerte la de Lola López Mondéjar es ante todo una escritura alimenticia, frondosa pero limpia, tanto, que habría que mirar con lupa para encontrar alguna metáfora, son escasas las comparaciones. Su texto está bien planchado (para Alejo Carpentier “el adjetivo es la arruga del texto”), los calificativos son “rara avis”en sus renglones.
El libro tiene muchos más méritos: para armar sus artefactos narrativos, la autora, literalmente, ha arrinconado hojas de instrucciones, desobedecido a gurús, y obviado manuales de autoayuda para escritores en apuros. Primero porque sus títulos no llaman para nada la atención, no recurre al truco de deslumbrar al lector, y las más de las veces la narración recibe el nombre del o la protagonista. Otros textos han renegado del primer mandamiento de todo mentiroso que se precie: la frase que abre el relato debe enganchar al lector porque en el inicio es donde un relato se la juega. Y eso ella lo sabrá mejor que nadie, no me cabe duda, pero lean cómo manda a paseo la aritmética de la escritura para abrir “La tristeza del naranjo”: Hacía tiempo que venía notando lo que sucedía, pero se resistía a admitir que fuese cierto. O la primera frase de “Lluvia”. Unos inicios anodinos, que para nada anuncian el relato maravilloso que nos vamos a encontrar.
En su banco de trabajo arrincona las herramientas romas, y prueba otras con pulso firme, por ejemplo el recurso a la referencia cinematográfica: en “Ley de Costas”, “El pensamiento mudo de los peces”, “Pensamiento de amor”, “Nella”, “Cumpleaños feliz”, nos cita simplemente el título de una película y con ese pequeño comprimido nos da más información, nos sitúa más adecuadamente en el escenario o en la acción, que con cien explicaciones. Aunque lo que más llama la atención es el uso inteligente de lo que podríamos denominar “marcador emocional”: p. 23, “Formamos rebaños inmensos con idénticos gustos y aficiones, y tanto a Mayte como a mí nos complacía separarnos de los demás para conservar ese pequeño espacio en el que nuestro ego se regodea con la absurda creencia en su singularidad.” Un marcador emocional no es una transgresión reflexiva del narrador, sino una llamada a la enciclopedia personal del lector que le hace entrar en el entorno emocional de la acción al sentirse identificado (nada de que Dios lo agarre a uno confesado; que la autora, renombrada psicoterapeuta, me corrija o me acoja en su consulta por estas elucubraciones).
Respecto de los personajes Lola López Mondejar los quiere como Chéjov a los suyos, o como Carver (este los quería más a su manera, claro está). ¿Me pide que le dé un ejemplo? Lea “Tomy Amador”, y luego “Mar”. Ya adelantábamos algo al principio: sus criaturas tienen un presente soportable, normal, o de diario, por el que de pronto se atraviesa unas circunstancias, un suceso, o un consejo, que les hace pararse a pensar y ya algo les bulla dentro. Son como vuelos que de pronto empiezan a tener turbulencias. El pasajero sopesa los pros y los contras de tirarse en paracaídas o de aguantar las incomodidad temporal de los baches aéreos y finalmente decide aguantar el tirón, como ocurre en “El pensamiento mudo de los peces”, (a mi entender un guiño contra los libros de autoayuda), “Cumpleaños feliz”, y el más significativo de esta tendencia, “Resignación”. Pero la variedad formal es amplia y va desde el humor negro (“Nella”) y humor negro con tintes fantásticos (“Sylvie”), hasta el tierno relato que trata de una china en París y tiene una estructura de cuento chino (final abrupto, una especie de trozo de una narración). Me refiero a “Wuó”.
No quisiera dejar de resaltar que aunque estos relatos carecen de un nudo en el sentido estricto y la trama es interna a los personajes, todos los detalles están cuidados al máximo. Con esto que voy a decir corro peligro de destripar el relato, pero si tiene oportunidad no deje de examinar con detenimiento “Ley de Costas” (si me preguntan, uno de los mejores) y su final inesperado. Imposible mayores dosis de verosimilitud y credibilidad, no hay cabos sueltos, y sin embargo parece que en el final el primero de esos conceptos desbarrara un poco. Después de días pensando he llegado a la conclusión de que la verosimilitud no se desinfla: el narrador nos está engañando, se guarda información. Un buen ejemplo de que nuestros recuerdos perduran más allá de los dos o tres segundos que aguantan en la cabeza de un pez, y una buena muestra de que este libro no lo olvidará tan fácilmente.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Bueno, me parece que mi comentario se esfumó en el ciberespacio...

Lo repito: que me ha gustado tu crítica del libro de López Mondéjar (perfectamente escrita y llevada), ha logrado encender mi curiosidad, un abrazo, J.

José Cruz Cabrerizo dijo...

Hay lecturas interesantes por ahí que no deben pasar desapercibidas. Y eso que dices que llena de satisfacción y tristeza (lo de la tristeza viene porque soy mejor comentarista que escritor, ¡buaaa!)

Abrazos.