-¿Y bien, doctor?
-Nada que no pueda curarse con el Dalsy y el Apiretal.
-¿Vírico?
-Sí. Ya se sabe: contra eso no hay antibiótico que pueda. La fiebre del oro no es una excepción –y cerrando su maletín, el médico dirigió una última mirada al hijo de Midas, que tiritaba febril entre las sábanas revueltas.
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3 comentarios:
Como diría el médico de Almuñécar al que en mi familia llamamos SOPAPOLLO: eso te metes en la cama a sudarlo, y a tomar sopa de pollo.
Pero me parece que a este hombre no se le pasará la fiebre tan fácilmente...¿verdad?
¡Qué bueno!
Muy ingenioso y, creo yo, con poca cura, ja,ja.
besotes.
Bueno, pues sí, queridas amigas, se agradece que nuestras fiebres sean más corrientes. Aunque la fiebre de escribir que sufrimos no sé yo si tendrá fácil remedio tampoco.
Abrazos.
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