Cada 6 de enero mientras otros disfrutaban de los juguetes que el manto de la noche de Reyes les dejaba, yo permanecía parapetado tras las cortinas del salón. Los espiaba jugar en la calle.
A los tres o cuatro días, camino ya del colegio, ningún niño se acordaba de preguntar por mis regalos.
Yo el día de Reyes siempre simulaba alguna dolencia: una contractura muscular, estreñimiento, o una migraña invalidante. Evitaba así convertirme en el hazmerreír de la calle. Pero si he de ser sincero, el motivo no era otro que satisfacer a mi madre; colmar el ego de un olfato intuitivo que velado por la hipocondría la había llevado a regalarme una faja lumbar, una botella de agua de Carabaña, o un electroencefalograma, según el año.
Yo el día de Reyes siempre simulaba alguna dolencia: una contractura muscular, estreñimiento, o una migraña invalidante. Evitaba así convertirme en el hazmerreír de la calle. Pero si he de ser sincero, el motivo no era otro que satisfacer a mi madre; colmar el ego de un olfato intuitivo que velado por la hipocondría la había llevado a regalarme una faja lumbar, una botella de agua de Carabaña, o un electroencefalograma, según el año.
4 comentarios:
Con esa intuición sólo le faltó regalarte las gafas para ver de cerca. Para cuando toque, digo...
ja,ja,ja, sí que tienes razón. Pobre muchacho.
He pasado por tu blog, y no conocía a Julián Rodríguez, autor interesante. Muy interesante (valga la redundancia) tu post.
Pobre chiquillo...Seguro que la madre se pasa la vida viendo el programa para viejos de la primera...
O el "Saber vivir", que te da un cenizo que luego no quieres comer ni gloria bendita, y cuentas cuántas química industrial en forma de E doscientos y algo hay en los alimentos, y parece que tienes hasta taquicardias.
Estuve un tiempo de baja por una operación y por las mañanas lo veía. Al final tuve que desistir porque me dije "si sigo viendo esto no me curo, termino hipocondríaco".
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