-¡Lunático, otra vez con el cuento de que ves aviones! Por eso has ido volando a buscar la botella.
Él no soportaba la gravedad de los insultos. Tan ebrio que era incapaz de aguantar la vertical, se tumbaba y expandía su masa. Durante la transitoria felicidad enajenada balbucía vocablos en una lengua arcana. Recuerdo algunos, que más o menos sonaban así: Cabo Cañaveral, soviéticos, carrera espacial, colector solar... Mamá y yo nos mirábamos despavoridos. Una vez recuperado era aún peor porque, como si respirasen metano, la mínima chispa los hacía explotar. Hervían en refriegas conyugales. Entonces me retiraba a mi compartimiento. Lo de liquidar trillones de humanos con la videoconsola me despresurizaba. Lunático, mi padre, siempre venía a pedir perdón, pero a pesar de nuestros ruegos jamás renunció a los dictados de una mente debilitada que le hacía ver terrícolas saltando por la superficie de nuestro planeta.
sábado, 23 de agosto de 2008
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5 comentarios:
¡Ay, pero que malos que son esos terrícolas! ¡Qué miedo que dan!
Me ha encantado. El final me ha cogido totalmente desprevenida
Bravo, Pepe. Me das un gusto cada vez que vengo por aquí, jodío.
El cuento tiene algo perdurable más allá de la brillantez de las imágenes marca de la casa: la relación difícil entre el hijo y su padre, un tema que me interesa mucho en cualquiera de sus manifestaciones.
Que las palabras del personaje ardieran y explotaran me recuerda una imagen de un cuento de Fernando Quiñones sobre uno que estaba hecho de vino y que al contacto con un soplete se volatilizó.
Dale, Pepe. Felicidades. J.
Gracias por perder vuestro precioso tiempo de vacaciones en leer estas cosillas.
Abrazos.
Felicidades, José. Lirismo y sugestión de primer orden. ¡Belleza inflamable! Enhorabuena por tus magníficas creaciones y por este nuevo espacio abierto en la grieta de nuestras pantallas. Un abrazo.
Gracias pòr pasearte por aquí Miguel Ángel. Y un abrazo también.
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