viernes, 1 de agosto de 2008

PANGEA


Las chinitas no apartan sus ojos rectilíneos del semáforo. Mientras vigilan al hombrecillo que vira del rojo al verde, walk don’t walk, buscan la sombra del edificio. Tienen un miedo de piel lechosa al dragón del sol, y le esconden la mirada tras gafas falsificadas que venden en su tienda, la cueva del Alí Babá de la baratija y el menaje asiático. La más joven, la que siempre se esfuerza en rotular los precios en una caligrafía que le es extraña y aprieta los labios mientras escribe, mira carteles, sopa de letras, ella siempre en lo suyo.
A la búlgara le pedí que me pusiera sobre el papel su nombre en cirílico, después de regalarme el icono con aquel Jesucristo bizantino de pecho abierto que ahora vigila su corazón ahogado en formol. Espero que la que aprieta los labios entienda cuando se lo pida:
-¿Cómo te llamas?... Escríbemelo aquí… ¿Dónde tenéis los tupperwares?... Es para guardar tu corazoncito duro como el bambú. Debajo del tupper y cerca de esta figurita de buda feliz que me llevo también, tu nombre.

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