Me encargó que le preparara café con el tono despectivo de cada mañana. Empecé a calcular cuántas cerillas habría gastado en encender el fogón de la cafetera durante todos estos años de matrimonio. Pensaba si todas sus termias juntas podrían igualar el calor del amor que sentí por él.
Se disponía a sorber con ruido y arrugar la nariz, dos indicadores suyos con que señalar que mi presencia le olía mal. Pero además, esta vez en su gesto se adivinó una especie de confusión, de duda, entre si paladear o seguir componiendo su mohín de desagrado, y justo hice ademán de hablarle cuando inclinó la taza sobre sus labios con más decisión. Se lo tomó todo. Puede que en el fondo le pesara la mala conciencia de su pretensión: acudir al trabajo con la naturalidad del que no considera el día de los enamorados como fiesta de guardar. Si al menos me hubiera dado la oportunidad de avisarle de su error…
Se disponía a sorber con ruido y arrugar la nariz, dos indicadores suyos con que señalar que mi presencia le olía mal. Pero además, esta vez en su gesto se adivinó una especie de confusión, de duda, entre si paladear o seguir componiendo su mohín de desagrado, y justo hice ademán de hablarle cuando inclinó la taza sobre sus labios con más decisión. Se lo tomó todo. Puede que en el fondo le pesara la mala conciencia de su pretensión: acudir al trabajo con la naturalidad del que no considera el día de los enamorados como fiesta de guardar. Si al menos me hubiera dado la oportunidad de avisarle de su error…