viernes, 5 de septiembre de 2008

EL ASESINO DEL PATIO DE BUTACAS

La intuición de T. fue decisiva para el desenlace de algunos casos. De no ser por él aún seguiría planeando sobre nuestro quehacer la sensación amenazante e insípida de lo irresoluto. Siempre postuló, con fe ciega e inquebrantable, el principio de que el criminal regresa al escenario del asesinato. Podía ser con intención de borrar su firma, para conjurar la culpabilidad que lo acecha, o regodearse en la secuencia del acto.
Esa, la vuelta al escenario del crimen, es una teoría que a todas luces ha demostrado no ser axiomática, y por tanto le valió también algunos fracasos. Sin ir más lejos baste citar el ejemplo de Nino Letti, en su día afamado actor y empresario teatral cuya oposición al derrumbe de su local bajo el peso de la picota especulativa fue de lo más comentada.
Las cuentas del teatro de Nino Letti no presentaban un buen aspecto, así que en la coyuntura algún pajarraco se lo sopla a otro pájaro de cuentas que despliega unos planos sobre la mesa de Letti:
-En lo que ocupa la planta de su teatro vamos a erigir un nuevo espacio escénico. La tramoya es un poco más consistente: hormigón, acero, ladrillos, cristal... Un conglomerado de apartamentos estratificados donde cabrán más personas que creen representar su vida. Ya sabe aquello de Shakespeare “Todo el mundo es teatro y los hombres y mujeres no son más que histriones que bla, bla, bla”.

Al final el único muerto de la obra resultó ser el arquitecto. Un escalímetro metálico que pretendiera medir la grasa bajo la epidermis le penetraba el estómago.
Letti se había esfumado como la neblina al calor del sol, y por supuesto no volvió para pisar las tablas. Alguien de dentro, quizá desde la concha del apuntador, debió soplarle que no saliera a escena. En la policía estábamos dispuestos a hacerle cantar con métodos más contundentes que el de Stanislawsky.

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