sábado, 31 de enero de 2009

POSOLOGÍA DE LOS SENTIMIENTOS

Me encargó que le preparara café con el tono despectivo de cada mañana. Empecé a calcular cuántas cerillas habría gastado en encender el fogón de la cafetera durante todos estos años de matrimonio. Pensaba si todas sus termias juntas podrían igualar el calor del amor que sentí por él.
Se disponía a sorber con ruido y arrugar la nariz, dos indicadores suyos con que señalar que mi presencia le olía mal. Pero además, esta vez en su gesto se adivinó una especie de confusión, de duda, entre si paladear o seguir componiendo su mohín de desagrado, y justo hice ademán de hablarle cuando inclinó la taza sobre sus labios con más decisión. Se lo tomó todo. Puede que en el fondo le pesara la mala conciencia de su pretensión: acudir al trabajo con la naturalidad del que no considera el día de los enamorados como fiesta de guardar. Si al menos me hubiera dado la oportunidad de avisarle de su error…

2 comentarios:

Anabel Cornago dijo...

Fíjate que este texto tuyo me recuerda a todas mis mañanas: mi marido me trae el café a la camita... uf, no pienses, ¡qué horror! u otras cosas bien distintas. Es una forma maravillosa de empezar el día -no te cuento cómo ha acabado, ja,ja-.
Tenemos un reparto de quehaceres, esto tú, esto yo...
Por eso este micro me ha impactado mucho. Magnífica la escritura y la expresión del momento.
Besotes desde Haamburgo -5.

José Cruz Cabrerizo dijo...

Bueno, Anabel, suerte que tienes. En casa también tenemos reparto de tareas, y en mi lista se cuenta la de preparar el café. Lo de llevarlo a la cama es ya imposible, porque ni siquiera hay tiempo de degustarlo.

Espero que ese fin de semana en Berlín os haya ido bien. Fíjate que por aquí sin tanto frío estamos todos griposos.

Besos.