viernes, 20 de marzo de 2009

PALOMAS Y MENSAJEROS


La guerra que sostenemos con los vecinos del otro lado de la calle arranca de los tiempos en que aún manteníamos una lengua común. Luego la suya se fue derivando de la nuestra como le pasó a los continentes, hasta el momento actual, en que no nos entendemos.
También las convenciones, las señas para demostrar la voluntad de paz han evolucionado con los siglos. Primero fue lo del pájaro. El contrincante que quería detener la conflagración mandaba una paloma mensajera de color blanco al campo enemigo. El rito ese de la paloma puede ser un filón para cualquier antropólogo, porque el plumífero simboliza el espíritu santo. Y ahí no acaba la cosa, porque luego, como muestra de aceptación de la voluntad pacificadora, el que la recibía la guisaba según los usos y costumbres de su ya diferenciada cocina tradicional para ofrendarla al contrincante. El rito de la comida como comunión, el ágape, todo eso que cualquier estudioso podría sacar a la luz. Lo malo es que los mensajeros que en son de paz portaban la paloma mensajera de la paz en forma de mensaje de paz jamás pudieron cruzar las líneas con aquel salvoconducto en forma de pitanza. Ni de un lado ni de otro, ni yo para ti ni tú para mí. Siempre había un centinela con orden de disparar. Una piedra en tiempos, una bala ahora, a todo lo que se moviera de allí para acá. Y viceversa ídem de lo mismo… La natural desconfianza a la inteligencia, quiero decir al espionaje.
A estas alturas ya no usamos lo de la paloma, entre otros motivos por la creciente oposición de las asociaciones de colombófilos nuestros y suyos. Esa práctica que los proteccionistas tachan de cruel y despiadada se habría acabado de cualquier manera, en tanto en cuanto ya no hay valientes que quieran convertirse en héroes, mensajeros cruzados dispuestos a sacrificarse por la paz. Ni del otro lado tampoco. Puede más el miedo; el miedo a esa moneda lanzada al aire que son las minas antipersona. Ellos plantaron su parte de la calle, nosotros la nuestra. Esa es la tierra de nadie que nos separa. ¿He dicho de nadie? No. Es la calzada que con todo derecho reclamamos.

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